L'homme de Mandico
Las películas de Bertrand Mandico pertenecen a la Historia de las Herejías. Los demonios son dioses cuya veneración ha dejado de ser perpetuada por la sociedad humana. El cine de hoy en día es un Diablo. Desde el momento que un arte popular deja de ser vivido colectivamente, se convierte en una herejía. Pero también es el instante, tan rápido como el aleteo de las alas de un ángel, en el que él puede explorar que le pertenece solo a él. Su ritual se intensifica hasta llegar punto en el que todos sus oficiantes parecen estar poseídos por una furia erótica. Sus narraciones se convierten en indagaciones sobre los métodos de su propia actividad mágica. Todas sus imágenes son tan precisas como los hechizos.
Las películas de Bertrand Mandico pertenecen a la Historia de las Leyendas Urbanas. Durante mucho tiempo, al ser tan míticas como invisibles, uno tenía la impresión de que bajaban a nosotros como diosas con muchas caras, cubiertas por una densa nube eléctrica de espera y misterio. Feliz como Ulises, el espectador tenía que navegar entre festivales y retrospectivas para poder atisbar cada una de ellas. Pero una vez veía una, ya no podía escapar: la película ejercía una atracción mágica sobre él como la de Circe. El cine se quedaba en su memoria como un templo órfico lleno de estatuas humanas en el que habría sido testigo del ritual de invocación de una diosa de carnes exuberantes, llena de fruta madura y flores marchitas.
Las películas de Bertrand Mandico pertenecen a la Historia de los Universos Paralelos. Aunque los directores del Nuevo Mundo, los cuales, desde Tod Browning a David Lynch, son un enigma, en sus imágenes, las películas de Bertrand Mandico están deliberadamente “deshollywoodizadas”. Es el cine de un mundo espejo en el que California no existe. Al eliminar la geografía del cine de su Historia, la obra de Bertrand Mandico ha sido convertida en un mesianismo sin una tierra prometida. Polaco, ruso, italiano, japonés, la ha convertido en un medio irreconocible que le da la espalda a los 80, los 90, al 2000 y al 2010, y a la restitución del cine como una ilustración de la política estadounidense para remodelar el mapa político del mundo y su “exportación” de la democracia. Un medio que también da su espalda a la producción “intimista” francesa y a la idea ridícula de centrarse en “la pareja”, “historias cortas”, o “la vida diaria”. Las películas de Bertrand Mandico son el cine de un universo paralelo en el que Francia siguió la mágica línea representada por Cocteau y Rivette en lugar de la corriente de las “historias de la clase media” de Truffaut y Despléchin. El cine de un universo paralelo en el que son Walerian Borowcyk y Andrzej Zulawski los que influenciaron a los nuevos jóvenes directores de los 80 en lugar de Steven Spielberg y George Lucas. El cine de un universo paralelo que habría ensalzado las ilustraciones de Topor y las tiras cómicas de Fred. El cine de un mundo en el que Nerval sería el rey.
Las películas de Bertrand Mandico pueden ser vistas y revividas volviéndolas a reproducir una y otra vez en tu casa. Convertirán tu piso en una cueva cósmica de carne caliente. Te sumergirán en sus divertidos diálogos, suspendidos y crueles como un baño de burbujas. Pero cuanto más y más las veas, más te empezarán a influenciar, y mutaréis juntos para convertirte en esa especie de mutante con los párpados violetas al que ahora sus películas llamarán: una parahumanidad rigurosa como el erotismo, excitante como la aritmética, abrumadora como la lógica, precisa como la locura, ansiosa como el amanecer; una parahumanidad tan fabulosa como el abominable hombre de las nieves, el monstruo del lago Ness, la mantícora o el berbalang: algo parecido a “El hombre de Mandico”. Las películas de Bertrand Mandico pertenecen a la Historia de la Zoología Fantástica.
Por Pacôme
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